A los maestreos y maestras de todas las épocas

Por: María del Rosario Maldonado Verdecia.
Docente Insprossur.
Son las 6:15 de la mañana; una mañana como las mañanitas de mi pueblo, con olor a café recién hecho; a aires limpios de la serranía del Perijá, con calles llenas de recuerdos a pesar de sus piedras cubiertas por el concreto del progreso. La maestra Margot, después de haber dejado muy adelantadas las labores domésticas propias de su responsabilidad hogareña, se dirige con entusiasmo a realizar esa otra labor que la vida le ofreció, cuando por vocación decidió cumplir con la sagrada misión de enseñar.

Soñadora como siempre; en el trayecto de la casa a la escuela, la maestra Margot, no pudo evitar recordar aquellos días de juventud, cuando apenas con 18 años y recién terminado su bachillerato, recibió la responsabilidad de vincularse al magisterio; eran esos tiempos en los que vincularse resultaba relativamente fácil pues, los directores de escuelas y colegios, los políticos y la gente reconocida del pueblo, hacían recomendaciones y los nombramientos eran indefinidos, sin período de prueba… recuerda la maestra Margot, que junto a ella, se vinculó mucha gente con apenas terminada la primaria; es que en esa época no abundaban los profesionales, pues los centros de educación superior no estaban cerca e incluso, se consideraban las profesiones un privilegio de pocos y casi que del sexo masculino; sin embargo, tareas como el magisterio y la enfermería eran para mujeres; es probable que a eso obedeciera el que los centros educativos se preocuparan tanto por formar en valores, una buena grafía, el dominio de las cuatro operaciones matemáticas, el arte y los oficios; en esa época, la palabra empeñada tenía mucho valor, el trabajo dignificaba de verdad y ser MAESTRO O MAESTRA, subía de estatus; tal vez por eso, no daba temor recomendar.

Es imposible evitar que lleguen a su mente ¡Cuántos errores cometidos! Con vergüenza recuerda por ejemplo, los castigos irrespetuosos y maltratantes que en algunas oportunidades utilizó, los mismos, que eran típicos de la época y que hoy tranquilamente darían cárcel; pero también recuerda la satisfacción que le produjo, cuando Luis, aquel niño al que apodaban “el negro” leyó su primera frase, o cuando Juan el de la comadre Tomasa, le demostró comprender que cuando le daba la mitad de su arepa a Rosita, estaba donándole ½ de su desayuno; es que para lograrlo, tuvo que invertir mucho tiempo, paciencia y creatividad… pero, ¡valió la pena! Comparando, tiene claro la maestra Margot, que no es que aquel modelo educativo fuera mejor que éste, simplemente, cada uno responde a las necesidades del momento; pues no logra entender como los chicos hoy dominan las computadoras y aprenden a hablar tan cómodos en otro idioma.

Ya en la puerta de entrada, el borbotón de niños, niñas y jóvenes se agolpan para saludarla, “buenos días seño Margot” es el coro unísono que sus oídos escuchan, acompañado de sonrisas tiernas y miradas confiadas. Adentro, maestras y maestros mucho más jóvenes que ella, ataviados con la moda actual, sin lentes; ellas, sin moños altos, faldas muy por debajo de la rodilla ni calzado de tacón bajo, pero si cargadas de carteleras, guías de estudios, grabadoras y todos esos equipos que parecen más para una fiesta que para estudiar, se disponen a iniciar la labor. Al coro de “Buenos días amiguitos ¿como están? Los pequeñuelos avanzan hacia sus aulas de clases; en el patio el profe de castellano trabaja en un ambiente muy relajado, una lectura de actualidad; los chicos, ahora visten sudaderas para la clase de Educación Física y casi no hay diferencia entre las niñas y los niños; incluso las primeras utilizan gestos y palabras tan fuertes como los varones, juegan al fútbol y levantan pesas; son pocas las que aprecian aprender a bordar, tejer o calar y todos andan muy pendientes de celulares, Ipod MP3 y muchas de esas cosas en las que reconoce no ser tan aventajada. Al llegar a su aula de clases, encuentra un espacio agradable, donde todos quieren mostrar su tarea, para que la maestra Margot, con su caligrafía impecable, tipo pálmer y con tinta roja, le escriba un flamante ¡Felicitaciones: Sigue así!

De pronto, se escucha un estridente riiiiing riiing…es el reconocido y cotidiano sonido del despertador, que le recuerda a la maestra Margot, que son en realidad las 5:30 de la mañana; hora de levantarse, acicalarse un poco y con la excusa de salir a regar el jardín, observar con sus ojos cansados y mirada melancólica de maestra jubilada, como pasan a su escuela niños nuevos, ilusiones nuevas, proyectos nuevos; sonríe y como todos los días simplemente levanta los ojos al cielo y expresa la oración que ha repetido mentalmente durante estos últimos cinco años: “GRACIAS DIOS POR LOS MAESTROS: LOS DE ANTAÑO COMO YO QUE DIMOS Y RECIBIMOS TANTO; POR LOS QUE YA DEBIAN ESTAR DESCANSANDO, PERO QUE LA NECESIDAD LOS MANTIENE TRABAJANDO; … TAMBIEN POR LOS ACTUALES, ESOS QUE APENAS COMIENZAN Y A QUIENES LES CORRESPONDE LA DIFÍCIL TAREA DE ESTAR A TONO CON LA NUEVA HUMANIDAD Y LOS RETOS DEL MUNDO GLOBALIZADO EN QUE VIVIMOS HOY”

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